Existe un aspecto del valor tremendamente fascinante que trasciende la mera ecuación de coste frente a beneficio. Nos referimos al valor subjetivo, ese que se entrelaza íntimamente con nuestros valores personales, gustos y pasiones. Este tipo de valor destaca por ser profundamente personal y distinto para cada individuo.
Consideremos el caso de una estilográfica básica frente a un bolígrafo de marca reconocida. Aunque para algunos el bolígrafo de alta gama podría parecer «más valioso» debido a su precio o prestigio, para ti, una estilográfica de 10 euros podría ostentar un valor sin igual. La razón radica en que esta se conecta con lo que verdaderamente valoras: el goce de escribir a mano, la textura del papel bajo la pluma, o tal vez los recuerdos y emociones que despierta escribir de esta manera.
Este valor se nutre de nuestras vivencias, creencias y aquello que nos caracteriza como seres únicos. Puede emanar de nuestro aprecio por la autenticidad, un fervor por la sostenibilidad, o el simple placer que nos brindan ciertas actividades llenas de alegría o significado. La belleza de este valor reside en que no se juzga según el precio o las percepciones ajenas, sino por cómo se alinea con lo que es esencial para nosotros.
En este sentido, el valor subjetivo nos recuerda que, al final del día, lo que realmente importa es cómo lo que elegimos enriquece nuestras vidas y resuena con nuestros valores internos. Es un recordatorio poderoso para perseguir lo que nos hace únicos, lo que nos hace felices, más allá de las convenciones o expectativas externas.