Muchos mediodías, bajaba a jugar a la calle y me encontraba con mi padre, quien venía de hacer una ronda con sus amigos. Entonces, me llevaba con ellos a hacer las últimas paradas, y fue en esos momentos cuando empecé a chatear. Siempre lo hacía con mosto y alguna gamba gabardina.
Con el tiempo, al no asistir a la escuela y tener profesores particulares que venían a mi casa, disponía de mucho tiempo libre. Así que chateaba solo, leyendo a Umbral en el Norte. Luego, por las tardes, chateaba con mis amigos. Siempre con clarete.
Chatear creo que ha sido mi mejor escuela de socialización y desarrollo empático. Conoces a gente muy diversa, escuchas y participas en múltiples conversaciones, la mayoría de ellas surrealistas. Observas comportamientos que nutren tu juicio y aprendes de la vida.
Ahora veo que mucha gente también chatea, pero con un móvil en las manos.
A veces pienso que con un clarete les iría mejor.